No, de hecho no. El adolescente
moderno ya no se deja seducir por las delicias de las utopías, ya no se
embriaga con teorías. Al igual que el niño, del cual ya casi no se distingue,
se deja absorber por el presente, por lo concreto. Ya no sueña con un mundo
perfecto. Sólo desea que el mundo actual sea más justo, más equitativo. Esta
sociedad dura, despiadada, ya no le da tiempo al adolescente para soñar, o
mejor dicho, sus sueños se han vuelto “razonables”. Sus proyectos son claros:
fundar una familia, tener hijos, un “buen” trabajo –es decir, interesante y gratificante--,
y vivir en seguridad. En resumen, optan por una situación estable y moralmente
decorosa.
Los adolescentes actuales, aunque no
siempre expresen con palabras, no dejan de estar en busca de un ideal, de otras
orientaciones sociales y colectivas. De un sistema coherente de ideas que
dibuje la imagen de un universo “rehumanizado”; no se dejan engañar por la
mercantilización que se presenta como una nueva ideología totalitaria.
Necesitan inscribirse en una perspectiva histórica, “arraigarse en lo social”,
contribuir con sus ideas y su personalidad, al renacimiento de un mundo más
generoso, más solidario, en el que puedan realizar sus ambiciones.
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